mi dictador (fragmento)

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Si alguien pudo alguna vez enseñarme algo, ese fuiste vos. Desde tu sitial inalcanzable, entre las sombras y el dolor, debajo y sobre todos los hombres, bien dentro tuyo. Desde allí me enseñaste tanto lo bello y sublime, como lo inenarrablemente terrible. Desde tus ojos altivos, ocultos y temerosos, desde aquella voz firme e imperturbable para la reprimenda, falta de aplomo para la creación. Desde tu condición de falso dictador, de rey hipócrita y cruel, pero magnánimo amigo de los hombres, de alma generosa y espíritu sencillo, desde tu intelecto perfeccionista y tu ánimo irascible. El alma ignífera tras el rostro exangüe, siempre. Tu afán de ocultar, y el orgullo ficticio de ser, más allá de todo y todos, tu propio dios omnisciente. Y también el mío, amigo.

(…)

axis fatŭus

La hoja en blanco; el reflejo diáfano de una sonrisa franca. Se hace difícil avanzar. Las palabras no fluyen, colapsan contra los dientes radiantes. No hay angustias ni serias preocupaciones generadas por banalidades, casi nada interesa. La mente se cierra y gira sobre su propio eje, y gira, y gira. Axis fatŭus. No se halla escapatoria, ni se pretende buscarla ¿Qué son unas pocas letras tristes encadenadas, contra el regocijo del alma que oye, observa, acaricia, respira y se impregna de amor? (El monstruo se ha bañado en almíbar y ya no desea abandonar la dulce ciénaga. Repara en sus miembros lentos y torpes embadurnados de melaza, ¡Qué bien se siente! No logra moverlos, pero, ¿para qué los necesita? -¡Oh, empalagosa y hórrida criatura! ¡Oh, sumisa bestia feliz que al fin vives puramente!-)

¡La mansa y tenaz canela del embeleso! ¿Hacia dónde se verá arrastrado el reformado espíritu del tierno poeta (tierno, ¡y cuán presuntuoso muchacho el nuestro!)? ¿A alguien, acaso, le importa? -Déjate arrastrar por la felicidad; de las dudosas consejeras es ella la más digna de devoción-.
-¡Ahógate, oh bestia, de tu almibarada laguna!- Bebe hasta la última gota de la más intrincada de sus mieles. No temas. Nunca. Por nada.-

Esos ojos como almas, esa boca despectiva tan suave, curvas y dobleces de una razón negada (no sin cierta crueldad) y de un impetuoso ánimo, la infantilidad de un gesto, de una reacción imperceptiblemente involuntaria, aromas propios que hacen vibrar alma y cuerpo, un océano de marcas por obtener, la retórica justa y precisa, flagrante de estética voraz, la palabra oculta tras la afectación (¿falsa? ¡tan bella!), lo exquisito de la articulación y cada pliegue suyo, toda inflamación del pecho, todo espasmo de ternura, todo lo incierto, todo.

-Agradece a tu Luna, alma mía, lo más hermoso que posees, tu amor y felicidad, tu deidad personal. Agradece toda su luz, que así ciegue tu razón y anule tu pobre prosa (al mismo tiempo que enaltece tu espíritu y da forma de vida a la que tan torpemente has llevado), irisa todo aquello que con tanta aplicación has pretendido mantener oculto.-

Ama, nuestro muchacho, feliz, todo.

 

¡Gracias mi Luna, Victoria, que eras sueño y eres toda realidad!