corto -fricción y ficción-

Avanzaba con su andar de lampazo añoso y ralo, hiriendo las zonas ya desprotegidas e ineptas para el trabajo, raspando contra la piedra atenta y dura, restregando sus incapacidades contra loza, parqué y mármol con igual desinterés exhaustivo, enajenada diligencia encarnada.

Caer al piso deseado lustroso y alzarse, siempre en la metáfora malograda, eran dos acciones forjadas en una por la necesidad, la decencia, la conveniencia, la lógica más lábil. Pero no ya; a tal punto maltrecha la realidad inerte –que pareciera de tan inerte perenne, inalcanzable para los años por su sola incapacidad para el avance o simplemente el movimiento, izquierda, derecha, centro, media vuelta, abajo, abajo, abajo-, a punto tal maltratada, que no permite la activación de ese primigenio enlace que ata el caer-levantarse en mismo proceso natural, y pareciera que sólo la muerte está facultada para revocar. Pero allí está la incapacidad vedando el impulso –no la acción, entiéndase la diferencia abisal- de alzarse y continuar, o huir, o rascarse las rodillas y estarse un segundo pendiendo de la más dulce irresolución per se. Pero allí está, y nada.

Y nada parece poder azuzarla, forzar la acción o el deseo de acción; y es que ese deseo ha sido corroído hasta su exterminio. Y no por el exceso de uso, sino por el mal uso continuado, por funcionar, el deseo, como auxilio de otras partes ociosas –y no está en mí la intención de alzar el dedo acusador, clamar talento o amor; aún escudado en la perífrasis-.