La novela, que se encuentra dentro del género de la «no ficción» y está escrita en primera persona, relata la historia de Luís Alejandro Velasco, marinero del destructor Caldas, quien durante una marejada en aguas caribeñas naufragó junto a siete compañeros. Velasco fue el único sobreviviente, y debió pasar diez días a la deriva sobre una balsa en el mar del Caribe. La trama central es el relato de los diez días en el mar, la lucha de Velasco por su vida, el terror que causa el mar con sus criaturas, la paulatina perdida de la razón a causa del hambre, la sed y la soledad, etc. El relato también denuncia los motivos reales de la catástrofe que terminó con la vida de siete marineros y forzó la odisea de Velasco: el Caldas llevaba mercancía de contrabando, lo que hizo que perdiera la estabilidad ante los vientos del Caribe.
Siempre que leo «no ficción» tiendo, involuntariamente y por fugaces lapsos de tiempo (que por lo general se presentan al comenzar un periodo de lectura), a buscar incongruencias. Por dentro se me sacude esta suerte de «refutador de leyendas» efímero que se dedica a hallar posibles errores, exageraciones, indicios que provocan cualquier suspicacia, mentiras o verdades calladas pero presentas ahí, en el texto, detrás del texto, que no se explicitan por decoro y hasta (pienso en algunos momentos más negativos) por simple malicia, cinismo literario casi sádico. Aún sabiendo que esto no tiene ningún asidero dentro de lo real, no puedo evitar que por momentos me suceda. Supongo que es sólo el trasladar esa suspensión de la credulidad que muchas veces uno puede exigirse al enfrentarse a un texto periodístico. Afortunadamente se trata de lapsos cortos de tiempo, o de ráfagas que cruzan la lectura en algún momento de distracción.
Con «Relato de un náufrago» no me pasó nada de eso. La historia me atrapó desde el primer momento y nunca dejé de creerle, ni de angustiarme y sentir el corazón oprimido por la soledad y la garganta casi flamígera por la sed de días.
No sé si se da por el uso de la primera persona, por la diafanidad de la prosa de García Márquez, o porque realmente Velasco pueda ser propietario de ese «instinto excepcional del arte de narrar»; pero se da, se produce ese efecto casi mágico que conjuga al hombre protagonista, a la historia de tintes fantásticos y al prodigioso amanuense en una única pieza sin fisuras, inalcanzable para cualquier suspicacia.
Por eso disfruté «Relato de un náufrago» de principio a fin, me sentí atrapado e inmovilizado en la inmensidad del mar, constantemente imaginando la sed, la soledad y el ardor de la piel, evocando en mi magín ese sentimiento que sólo puede proponernos el mar: el de no saber si avanzamos o retrocedemos, o ya no conocer qué es avanzar y qué retroceder, o cuál es la diferencia entre arriba y abajo cuando todo es azul insondable.
Para concluir, «Relato de un náufrago» de Garbiel García Márquez es un excelente ejemplo de cómo hacer, al mismo tiempo, buena literatura y periodismo comprometido y denunciativo de eximia calidad.