quentin

Mis ojos se cierran, se aprietan porfiados dentro del insomnio atroz, quieren dormir a fuerza de presión y llanto, y calla, calla, pasará, serás feliz. Pero mis ojos no pueden ver a Quentin asomando desde las sombras impuestas, no pueden oír su voz alzándose en la mía, la mía propia, diciendo lo que cualquiera sabe que él diría, lo que me es imposible reproducir. En ese momento somos Quentin, él y yo, su fantasma bello y mágico y penoso y el mío mustio y enteco en la misma pena -a mis veintiún años, contando ya más de los que él contaría-.

Ninguna luz se filtra en mi cuarto para iluminarme su ausencia de espectro, su presencia de pensar lacerante y cruel, esa lógica del abandono y la equidad. Imposible. Pienso en él, y soy él en esta noche, él que solucionó de la carne los pesares, pero que aún es un fantasma arrastrando ideas(cadenas) por mi oscuridad. Él que sintió el terror y poseyó el coraje, él que repudió el talento y el esfuerzo en partes iguales y justas –bromea la justicia con nuestras nimias realidades-, él que por todo mal quiso no un cielo privado, sino un infierno exclusivo para los dos. Para él y para ella, que se alejaba aunque ya estaba lejos, que fue imposible siempre y se esforzó por dejarle en claro que nunca serían juntos, ni cielo, ni infierno, ni madreselvas regadas por la llovizna del húmedo sur. Nada. Y ahí está el génesis de todo el dolor, la congoja que es una con el alma, el desencanto cohabitando con el espíritu –amancebando con el espíritu en salvaje burla-; está donde se encuentra la prohibición que precede al deseo, esa que luego se agrava y se acerca a la mía, a esa mía que tampoco me dio nunca opción a sortearla, esa que se yergue amenazante ante el deseo infantil y cándido, ese pobre deseo de chiquito que sólo exige equidad.

Y aún Quentin en el filo de la noche y el sueño, y aún bajo las sábanas ya tibias, ya ardientes, sobre la almohada empapada. Y todavía Quentin bajo el latir de mis párpados que no dejan ver lo que de todos modos no verían mis ojos, párpados que funcionan como las traiciones de ella, la inalcanzable, la que lo era incluso antes pero lo talla con fuerza en la blanda realidad, en la superficie frágil del espíritu epidérmico del amante. Y él que me dice con mi voz eso que se sabe, eso que todos saben que él va a decir con la voz de cualquiera, eso que me obligo a oír pero me niego a creer, eso que parece tan lógico e injusto, incluso lógico por su falta de toda justicia, eso que florece como única respuesta y salvación en el desierto de sombras.

-La dualidad práctica nos enseña a revisar los ambos lados de cada partícula de sí. A eso que oigo se opone mi infierno privado, ese que él rehusó caminar, junto con el talento; ese infierno del esfuerzo y el silencio, de los ojos apretados, del pasará, serás feliz, calla ya, ese infierno de Quentin Compson cada noche.-