relato de un náufrago (gabriel garcía márquez)

 La novela, que se encuentra dentro del género de la «no ficción» y está escrita en primera persona, relata la historia de Luís Alejandro Velasco, marinero del destructor Caldas, quien durante una marejada en aguas caribeñas naufragó junto a siete compañeros. Velasco fue el único sobreviviente, y debió pasar diez días a la deriva sobre una balsa en el mar del Caribe. La trama central es el relato de los diez días en el mar, la lucha de Velasco por su vida, el terror que causa el mar con sus criaturas, la paulatina perdida de la razón a causa del hambre, la sed y la soledad, etc. El relato también denuncia los motivos reales de la catástrofe que terminó con la vida de siete marineros y forzó la odisea de Velasco: el Caldas llevaba mercancía de contrabando, lo que hizo que perdiera la estabilidad ante los vientos del Caribe.

 

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Siempre que leo «no ficción» tiendo, involuntariamente y por fugaces lapsos de tiempo (que por lo general se presentan al comenzar un periodo de lectura), a buscar incongruencias. Por dentro se me sacude esta suerte de «refutador de leyendas» efímero que se dedica a hallar posibles errores, exageraciones, indicios que provocan cualquier suspicacia, mentiras o verdades calladas pero presentas ahí, en el texto, detrás del texto, que no se explicitan por decoro y hasta (pienso en algunos momentos más negativos) por simple malicia, cinismo literario casi sádico. Aún sabiendo que esto no tiene ningún asidero dentro de lo real, no puedo evitar que por momentos me suceda. Supongo que es sólo el trasladar esa suspensión de la credulidad que muchas veces uno puede exigirse al enfrentarse a un texto periodístico. Afortunadamente se trata de lapsos cortos de tiempo, o de ráfagas que cruzan la lectura en algún momento de distracción.
Con «Relato de un náufrago» no me pasó nada de eso. La historia me atrapó desde el primer momento y nunca dejé de creerle, ni de angustiarme y sentir el corazón oprimido por la soledad y la garganta casi flamígera por la sed de días.
No sé si se da por el uso de la primera persona, por la diafanidad de la prosa de García Márquez, o porque realmente Velasco pueda ser propietario de ese «instinto excepcional del arte de narrar»; pero se da, se produce ese efecto casi mágico que conjuga al hombre protagonista, a la historia de tintes fantásticos y al prodigioso amanuense en una única pieza sin fisuras, inalcanzable para cualquier suspicacia.
Por eso disfruté «Relato de un náufrago» de principio a fin, me sentí atrapado e inmovilizado en la inmensidad del mar, constantemente imaginando la sed, la soledad y el ardor de la piel, evocando en mi magín ese sentimiento que sólo puede proponernos el mar: el de no saber si avanzamos o retrocedemos, o ya no conocer qué es avanzar y qué retroceder, o cuál es la diferencia entre arriba y abajo cuando todo es azul insondable.
Para concluir, «Relato de un náufrago» de Garbiel García Márquez es un excelente ejemplo de cómo hacer, al mismo tiempo, buena literatura y periodismo comprometido y denunciativo de eximia calidad.

operación masacre (rodolfo walsh)

 

Escrita en 1957 por el periodista Rodolfo Walsh, ésta novela marcó el nacimiento de un género: la «no ficción» (que, igualmente, siempre ficciona). La creación de esta alternativa que mezcla el periodismo y la literatura, relatando hechos reales mediante métodos propios de la narración literaria, ha sido erroneamente adjudicada al norteamericano Truman Capote (en realidad, autoadjudicada), cuya obra vió la luz nueve años más tarde que el trabajo de Walsh.

 

La novela relata el caso de un grupo de civiles fusilados en un basural de José León Suárez, en la provincia de Buenos Aires, aplicando de forma retroactiva (por tanto, ilegal) la ley marcial instaurada. Los fusilamientos se produjeron en el marco de la insurrección peronista del 9 de junio de 1956, bajo el gobierno de Aramburu.

 

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Me parece imposible referirme a la lectura del libro de Rodolfo Walsh como a una única experiencia, como a un episodio unilateral, ya que fueron dos las veces que la encaré, pero desde perspectivas radicalmente diferentes. La primera fue cuando tenía unos quince años y buscaba entre los títulos de la biblioteca de mi casa alguna novela para amenizar las horas de claustro escolar. Tomé ese libro percudido y oscuro guiándome por lo atrayente del título: Operación Masacre, rezaba imponente sobre el lomo, como profiriendo un grito desesperado. Ese fue mi primer encuentro con la novela, que, esa vez, fue únicamente una novela. Aramburu y Valle eran personajes completamente ficcionales para mí, que en ningún momento me preocupé por entender un encuadre histórico para los acontecimientos que leía. Por supuesto que entendía el trasfondo de la historia, la revolución, la represión, pero nunca lo sentí real, porque leía una novela, no un relato periodístico novelado. Así fue que leí operación masacre como a un texto de ficción, y, debo decirlo, fue una lectura plena y gratificante.

El segundo encuentro se produjo hace unos meses, cuando me indicaron que debía leerlo para la Universidad. La pensé una buena oportunidad para destacar durante la lectura los puntos en que se vislumbrara la investigación periodística, la entrevista, y demás recursos que pretendo incorporar, que seguramente habrían sido pasados por alto en aquella primera lectura. No pensé que reencontrarme con las mismas historias, y verlas ahora como lo que en efecto son (trágicos relatos verídicos, testimonios de otro feral lapso de la historia de nuestro país) me causaría una impresión tal. Ver como real algo conocido (pero adquirido levemente) me hizo valorar mucho esta segunda lectura. El hueco en el rostro de Livraga perdió en cuanto a diámetro y maravilla, pero ganó en realidad, se volvió factible y tangible en mi cabeza.

Ahora sí, conjugando ambas experiencias, puedo hablar de Operación Masacre como de una novela de no ficción que me impresionó y entretuvo. Una novela periodística que sobresale por lo comprometido de su trabajo de investigación y denuncia. Rodolfo Walsh logra con este libro conmover al lector al mismo tiempo que realiza una sustancial acusación a las autoridades que llevaban las riendas del país por aquellos años. La lectura de Operación Masacre debería causar, en cualquier argentino, una suerte de catarsis.

 

obama

barack_obama

 

¡Felicidades a Barack por el triunfo! Desde acá siempre se lo apoyó. (Esperemos que esta «nueva esperanza» no defraude… o tendré que borrar la entrada) 

Es más, junto a Emmanuel Vega Jahiatt, otrora periodista y actual gerente de una multinacional (queda bien che… igual, aclaro, se espera la vuelta), redactamos un ensayo con tintes semióticos (como final para una cátedra) inspirados en el discurso «A more perfect union», dictado por Barack Obama, el 18 de marzo del corriente año. El texto se explaya sobre el tema de la etnicidad en la política de los Estados Unidos mediante el análisis de paradigmáticas oratorias que abarcaron al tema.

Subo el ensayo, no espero que nadie lo lea (considerando que linda las 30 páginas), sólo me pareció un buen momento para postearlo, pienso que es un apropiado homenaje al singular suceso político -­­ésto a falta de la frescura de nuestro querido gobernador (ya sé que va con mayúscula inicial), que envió a Obama una epístola por su triunfo… (¿qué contenía esa carta? No me he atrevido a conocerlo,  tal vergüenza ajena me produce… ¿Habrá dicho Jaque: “May the force be with you”?)-

 
(Clic en “continuar leyendo…» para ver el trabajo)

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Juan Carlos Morales

Esta es una entrevista realizada para una cátedra de mi facultad. La subo a modo de «homenaje» al personaje entrevistado…

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«Vengo de una época en que la mordaza era algo habitual»

Juan Carlos Morales trabajó en los medios desde 1961 hasta 1984. Se desempeñó como locutor en radio y televisión. Realizó gran cantidad de publicidades para Mendoza, Córdoba y Buenos Aires. Fue la figura de Canal 7 desde los comienzos de la emisora, y hasta el final de su carrera televisiva.

¿Cómo empezaste a trabajar en televisión?

Fui uno de los primeros, junto a otros compañeros, en hacer televisión en Mendoza. Iniciamos en 1961, en el nacimiento de Canal 7. Al principio me desempeñaba como locutor en off, hasta que fui aprendiendo el oficio. Después hice publicidades en vivo, animaciones, y me volqué un poco más a la parte informativa, a hacer noticieros. Aparentemente lo hacía bien, porque lo hice desde el comienzo hasta el final de mi carrera.

¿Nunca hiciste periodismo?

No fui nunca periodista, no me gustó el periodismo. Principalmente porque vengo de una época en que la mordaza era algo habitual. Yo me inicié en la actividad junto con los más importantes golpes militares que tuvo el país. Por esa época no existía la libre expresión.

¿Cómo fue trabajar en esa situación?

La vez que me salí del libreto, fui penado.

¿Cómo fue eso?

En el último proceso el Canal 7 fue intervenido militarmente. En ese contexto sufrí una suspensión por no decir lo que constaba en actas: Al hacer la reseña deportiva del lunes, le di mucho énfasis a una derrota de River para cargar al camarógrafo, que era gallina fanático. Entonces detrás de cámara se produjo una risotada general. Yo me sonreí. Y por eso tuve tres días de suspensión. Una locura.

¿Siempre trabajaste en Canal 7?

Sí. En una época estuve cerca de hacer publicidades para el 9, cuando surgió, en el 64 aproximadamente. Pero del 7 me frenaron. Me ofrecieron un contrato de exclusividad, me pagaban tres sueldos por hacer el mismo trabajo full time.

¿Cómo era trabajar full time?

Y bueno, yo estaba para todo: para avisos comerciales, entrevistas, lectura de noticiero, animación de programas, hasta doblé documentales. Lo único que tenía horario fijo eran los noticieros, para lo demás se me avisaba el día anterior y podía ser a cualquier hora.

¿Cómo era hacer todo esto con las tecnologías de la época?

Después de la aparición del tape fue todo un poco más simple, igualmente tenía sus complicaciones. No existía el sincronismo, ni el empalme. Si te equivocabas había que hacer todo de nuevo, a veces teníamos que repetir veinte o treinta veces un texto de veinte segundos. Disponíamos sólo de dos cámaras y los chicos que las manejaban tenían que hacer maravillas.

¿Cómo era esto en relación a la recolección de noticias?

Junto a la sala de prensa había un cuartito donde estaban los Télex, generalmente había dos o tres de diferentes medios. Hacían un ruido tremendo. Y también teníamos un muchacho escuchando radios de Buenos Aires por onda corta, para intentar pescar alguna noticia. Eso con las de afuera, y las de acá, bueno… los chimentos que llegaban (risas).

¿Qué fue lo más insólito que hiciste?

Junto con otro colega, el Beto Carrizo, hicimos una permanencia en cámara durante setenta y cuatro horas y media. Se llamó «Operativo Amor» y se hizo con el objetivo de juntar plata para fines benéficos. Estuvimos todo ese tiempo frente a la cámara, sin dormir, nos bañábamos durante los cortes. Lo tuvimos a Olmedo, dos noches, en la primera no hacía falta, pero en la segunda ya sí, estábamos medio dormidos. Pero no podíamos salir de cámara, siempre que se volvía al aire teníamos que estar los dos. Terminó, por concejo del médico, pasado el tercer día a eso de las cuatro, a las cuatro y tres minutos yo ya estaba durmiendo. Pero mi compañero no, estaba sobreexcitado, hasta se enojó porque quería seguir solo.

¿Alguna vez recibiste algún tipo de reconocimiento por tu trayectoria?

Me citaron de la legislatura para un homenaje a los pioneros de la televisión mendocina. Hubo un acto en el salón del Senado Provincial, y nos entregaron una nota y un plato. Lo más lindo es la gente que te recuerda, gente grande como uno. Hace poco un señor pasó por al lado mío y se volvió, me preguntó «¿Usted era Morales?» Le contesté «Sí, ¿y usted quién era?»