didascalias para un personaje de humo (escena uno)

La escena será, por sobre todo, oscura, sombría, equívoca. Las formas de todos los elementos estarán confundidas al punto de parecer una sola mácula informe y parda. Deberá dar la impresión de ser una especie de desván, sin serlo.

Un solo personaje ocupará la escena desde el comienzo: nuestro Personaje de Humo. De a poco irán entrando, como por error, equivocados de camino, los Personajes Reales.

El Personaje de Humo viste de tela oscura y pesada, sus ropas son demasiado sueltas. Sólo se ven su cara, sus manos y sus pies descalzos, su cabeza está tapada por un gorro también oscuro.

Personaje de Humo: (Levantándose lentamente desde detrás de una pila de objetos indescifrables, luego caminando lentamente por entre el decorado. Habla en voz baja, abstraído, y como retomando un soliloquio abandonado.)  …decidirse, decididamente, a tomar una decisión, eso sería… mmm… sería, sin dudas, eso, sin dejar espacio a la duda, sería, sin la duda… pero sin duda una decisión no es tal, ¡nunca! Sin duda una decisión es simplemente una acción… sí, debe haber encrucijada, debe haber problema, debe haber conflicto; ¡esa es la palabra, conflicto!; debe dejarse de lado, debe estar el abandono como padre… no, como padre no, como matriz, eso, como matriz de la cosa… ¿Qué cosa? Eso, la cosa, toda cosa, toda consecuencia, todo camino elegido, toda cosa, toda hija de la indiferencia. La Indiferencia es la Madre de todo lo que es.

Se oye un ruido que viene desde detrás de escena y el Personaje de Humo detiene su perorata, apurando la última sentencia, restándole atención. Se para y escucha, atento. Aparecerá un Muchacho, casi un niño, como perdido.

Muchacho: (para sí, rotundamente) No sé qué hacer, estoy perdido.

Personaje de Humo: (Cambiará su tono de voz por uno forzado, como queriendo ocultar el temor.) ¿Te has extraviado, pequeño?

Muchacho: No me llame pequeño, ¿quién se ha creído que soy?

Personaje de Humo: (Divertido) ¡Oh! Lo siento tantísimo, no he querido faltarle el respeto, señor. He de preguntarle nuevamente, ¿se ha usted perdido, caballero?

Muchacho: ¡Se burla usted! Pero mi miseria es tal que no permite que me sienta ofendido. Estoy perdido en oscuras tribulaciones…

PH: ¡Para eso estamos aquí!

M: ¿De qué habla?

PH: ¡De aquí, usted ha de saber lo que es aquí, señorito!

M: A decir verdad… no tengo idea. Señor.

PH: Pues así será mejor para usted. Sí. Asumo que ha llegado sin proponérselo… Es usted realmente joven para hallarse aquí. En este aquí, quiero decir…

M: No entiendo nada de lo que dice. ¿Qué es este lugar? ¿Quién es usted?

PH: ¡No sabe cuánto preferiría que no preguntara, señorito! Este lugar es un no-lugar, está claro eso. Y yo soy, a lo sumo, una alegoría, quizás incluso (con un dejo de envanecimiento) un paradigma.

M: No le entiendo…

PH: (interrumpiendo, ensimismado) Aunque algunos me acusarían de haberme autoinducido esta condición. ¡Ja, ja! ¡Aquellos que nada saben! ¡Ja!

M: (Aparte) A cada palabra le entiendo menos… (Al Personaje de Humo) Señor, me marcho.

PH: Pero, ¿cómo? ¡Si aún no ha solucionado lo que lo trajo aquí! ¡Aquí, y no a otro sitio!

M: ¿Qué cosa? ¿De qué habla?
PH: ¿Cómo habría de saberlo yo? Creo que ha dicho algo sobre estar perdido.

M: ¡Ah! ¡Sí, claro! Sí…

PH: ¿A qué se refería?

M: No puedo contarle.

PH: ¿Quiere que yo adivine?

M: ¿Podrá?

PH: Claro que sí. Hay un padre, una madre, o una muchacha, de seguro.

M: Una muchacha… ¿Cómo supo?

PH: ¿Qué otra cosa podía ser?

M: No sé… ¡Muchas cosas! Se me ocurre que el colegio, quizás…

PH: El colegio, claro. Pero, si lo piensa bien, señorito, el colegio sólo puede ser importante cuando encierra a una muchacha.

M: O cuando se les teme a los padres por su causa…

PH: ¡Es usted rápido! A ver, dígame entonces, ¿qué ocurre con esta muchacha? ¿Está usted enamorado?

M: ¡Y cómo no estarlo! Si ella es… ella es…

PH: (Interrumpiendo) ¡Sí, sí, sí! Ya sé lo que ella es… Es fácil adivinarlo cuando los ojos de un muchacho brillan como brillan los suyos. Lo que quiero que me diga es cuál es su problema con respecto a eso.

M: Y… ¿va usted a ayudarme? ¿Es para eso que está usted Aquí?

PH: ¡Oh! No, señorito. ¡De ninguna manera! Debí estar preparado para esa pregunta que me hiere, que me abre de arriba abajo y me da vuelta. No soy para eso Aquí. Digo, estoy. No es mi deber ayudar a nadie, sólo sucede que usted me agrada, señorito. Yo… le contaré, ya que insiste, qué hago aquí.

¿Habrá visto usted lo que es la duda, cierto? Eso que está sintiendo ahora mismo, eso que lo parte, que lo escinde como a un melón maduro, en dos, o en cuatro, en veintiséis… La duda es lo que lo trajo aquí a usted, y lo que me tiene prisionero a mí aquí, para siempre. Mi tarea… bueno, lo cierto es que no tengo tarea alguna más allá de dudar. De tanto en tanto me entretengo con alguno que, como usted, se viene por aquí. Cada vez llegan menos; es de temer. Ese hecho, junto con casi todo, es materia de mi entretenimiento, es decir, de mi rumia inagotable. En fin, eso es lo que estoy.

M: ¿Y no abandona nunca este lugar?

PH: Esto es un no-lugar, recuérdelo; le servirá.

M: Cierto, cierto… ¿Y de dónde llegó usted?

PH: Yo… quizás he sido un hombre, y luego un sueño, y luego yo. Pero eso no importa ya, ahora cuénteme

M: Bueno… ¡Estoy completamente enamorado! Temo decírselo a ella y quedar en ridículo. Es muy hermosa…

PH: Ah, ya veo… Teme, el señorito…

M: Temo. ¿Y qué tiene usted para decir?

PH: (se retrae un poco) Yo, bueno… (se contrae de forma muy notoria, su tono cambia de pronto, ahora es árido y sonoro, quizás metálico)  El temor es un arma contra la incapacidad, ¿sabe? El temor puede ser muy positivo, puede ahorrarnos innumerables penurias… El temor es uno de los caminos más populares hacia la buena duda, la cómoda, confortable duda… El temor es uno de los rostros más bellos del sentido común. El temor…

M: Pero, ¿qué hace? ¡Pensé que me ayudaría! ¡Intenta hacerme huir definitivamente!

PH: ¡Pero no, niño! Sólo déjeme llegar a mi punto… (para sí, con su voz) en algún lugar tiene que estar…

M: A ver…

PH: Gracias. Ha dicho que es linda, ¿cierto? Probablemente hermosa… Y que no sabe si decirle lo que siente o guardárselo para sí…

M: Eso es…

PH: (Interrumpe. De ahora en adelante el Muchacho callará, y asentirá quedamente a cada afirmación del Personaje de Humo. Cada asentimiento será un poco más enérgico que el anterior, luego serán tristes movimientos de cabeza). El problema, sí… que lo trae a usted a la duda, a la sana duda de la que todo lo bueno nace. ¿Sabía usted? No hay buena elección, y en rigor no hay elección ninguna, que no pase por la duda. Así que vamos a analizar un poco su caso: Usted es un jovencito… diría que tiene, ¿14 años? Bien, bien. Y ama a una muchacha… Tiene ella su edad, ¿cierto? Bien. Sabrá usted que las muchachas de esa edad rara vez se fijan en sus coetáneos…ellas siempre se interesan por muchachos mayores. Apostaría a que ella tiene algo con un muchachito más grande, ¿acertaría? Ya lo decía yo. Y usted pretende inmiscuirse… Y con ese aspecto… Perdone, pero… No es nada hermoso usted, lo sabe, ¿no? No es ni siquiera agradable. Quizás un poco simpático, nada más. Sabe a lo que se expone, ¿cierto? No es sólo al rechazo, a la vergüenza, a las risas, al desprecio de la muchacha y también del muchacho con quien se ve, sino al desaire de toda la escuela, las muecas de todas las muchachas, las  carcajadas de todos los muchachos, una catástrofe. Y ni hablar de la culpa que sentirá por haber insultado a esa pobre chica… Usted piensa que se ha ganado un derecho natural sobre ella por su condición de enamorado… (Exaltado) ¡Piensa que puede someterla al peso de su amor! Y, ¿sabe?, ella no tiene la culpa de su amor, ella no es culpable de ser hermosa; ¡usted no tiene por qué emplastarle su sucio amor en el bello rostro! (Expeditivo) Eso sería de un egoísmo atroz.

(El Muchacho calla, baja la vista, comienza a llorar en silencio).

PH: Usted debe saber mantener su lugar. ¡Es su deber como enamorado no ensuciar a su amada con sus íntimas repugnancias!

(Hace una pausa, mide con la mirada atenta el efecto de sus palabras, finaliza con un leve alzar de su cabeza.)

Ahora, vaya, conserve su pasión sólo para usted, cualquier otra cosa que haga será para mal. Mantenga su lugar, guarde los juegos para su mente, y todo saldrá bien. ¡Ahora, adiós, señorito!

(El Muchacho sale; el Personaje de humo queda solo, mirando el vacío sin expresión durante unos instantes; el Telón cae.)

otro andar presuroso o quizás el mismo

Salió del bar con un dejo de duda en el andar, el paso que siguió al paso fue ralentizándose, casi que casi se refrena, un poco más y él se plantaba, se quedaba en el lugar, bajo las sombras calmas, o quizá hasta se pegaba la vuelta, empujaba la puerta del bar con el hombro y clamaba, una más y después vemos. Pero el paso no se detuvo, el pie toco el suelo y otro paso le siguió y a este otro y así llegó al medio de la calle primero y después al otro lado, por el callejón cortando camino, oliendo feo, pisando escoria, ladeando el paso pero apretándolo paso a paso, paso a paso más ligero. La premura delataba, o habría delatado si algún testigo hubiese habido. Pero qué podría haber dicho ese paso tras ese otro paso apenas menos apurado, quizá poco no más que esto: me lleva el apuro la premura de un hombre indomable en su ansiedad, indomable para las baldosas flojas y las charcas traicioneras, los gatos y las ratas, las sombras inquietantes, me lleva, me arrastra conmigo delante, me arrastra a arrastrarla y a él, que no se puede la impaciencia de llegar y ver la hora de frente, con los pies bien plantados, el uno tras el otro, con la cabeza bien alta, la barbilla bajo la nariz como dos lanzas lacedemonias, los ojos firmes en los ojos de todos, la mano granítica aferrando. Aferrando va, los pliegues se pliegan al gran pliegue en el ánimo, el camino se pega al andar al apuro, no deja espacio para el hambre o el sueño, el ardor en la garganta, en la planta del pie tirante. Un dedo ya se tensa, anticipando. Sabe. La Hora no huye, no duda, no se casi detiene, la Hora aguarda como todas las horas en el zurrón del tiempo, su hora. Desde el cielo caen las sombras que se aprietan contra su brazo, contra su torso agitado, contra sus piernas y su paso, que no cesa en su persecución de sí mismo. Ya va a llegar, ya va alzar la mano y a saludar la hora; ya, tras este paso que sigue al que ahora sigue a este, o quizás a aquel otro, ya, la hora no tarda en llegar. Ella aguarda, y su paso que se acelera ya sin estremecimientos, ya sin casis, no pretende hacerla esperar más.

la luna descansa sus ojos

Dejame, pará, dejame, lo único que podía decir dejame, pará. Apretado, tironeado un brazo suave, blandito, esponjoso como una nube en la que la luna recortada con cuidado de la noche oscura se acuesta a dormir su propia noche. La noche de la luna es una pequeña cosa incomprensible más cuando una nena es chiquita y hace un dibujo en el reverso de una cuenta de la luz, sobre una mesa de cocina, mientras espera y espera no sabe qué. Algunas niñas casi nunca saben qué es lo que esperan. Pero sabe que está esperando cuando la sientan y le dicen dibujá un rato acá sentada, mamá ya viene. Dibuja una luna que se alza sobre cualquier ciudad de barrios y casas, en una noche cualquiera que se alarga en el cielo inalcanzable para los ladridos de los perros, el trinar de los pájaros y el tronar de las puertas. Lejos, muy lejos descansa, pequeña y luminosa, cerrados esos párpados grandotes que no esperan, lejos allá arriba no escuchan, tienen sueño y duermen en el papel, donde la paz de la luna y el miedo de la niña se mezclan en un otro mundo incomprensible más.

cuestión de balance

Dígame, señor, si no lo importuno, ¿qué ha significado este año 2011 para usted?
Importunarme me importuno solo, no tenga cuidado; o mejor, no lo demuestre, téngalo cuanto quiera pero no me lo enrostre, no espere agradecimientos o felicitaciones por un poco de consideración, un poco dejar de mirarse la nariz.
Le voy a hablar, ya que usted me lo pide, de este 2011 que se me escapa ahora, en estos últimos días, ágil de las manos, como la cola restallante de una  serpiente que se arrastra lenta bajo el sol. El año pasó como el cuerpo de la sierpe, pausado, casi disfrutando casi concupiscentemente de su rastrero movimiento bamboleante. La de la serpiente es una imagen agresiva, que evoca daño, dolor, miedo, que evoca pecado, y lo hace más acerbamente al encontrarse con la palabra concupiscencia, parece que intento trasladarlo a usted a la idea de un año acre y dolido, mas asperjado de placeres ilícitos, culposos, un año que arde en mi memoria como una pala metálica dejada al vasto sol del desierto por el que se desplaza hábilmente mi reptil. Pero esa imagen es un engaño, la serpiente hoy es lo que es por su forma de moverse, por su fisonomía, por sus extremos ágiles, más que por su idealidad mitopoyética. La serpiente es mi 2011 largo y lento, pero agilísimo.
Aún hago rodeos, cual hábil reptil que acecha a su presa; pero ya no lo haré más, le hablaré llanamente, fenomenológicamente (dentro de lo posible), de este año:

Amé, principalmente amé, pero lo dejaré para el final, como suelo hacer con todo lo que destaca como más bello, o más bueno, o más gustoso.
Intenté. Y desistí. E insistí y lo seguiré haciendo. En intentar caí estrepitosamente de mis pretensiones, debí arrastrarme largos meses tras esa caída. Pero hoy respiro tranquilo, me pongo de pie y miro al frente, hacia ese abismo blanco que me convoca. Desistí con poca amargura de hacer algo bello por partes pero inconveniente al fin, largo y no del todo necesario. Insistiré con ambas cosas, a pesar de todo, de una u otra forma, e insistiré con tantas otras, con cuanta se me presente necesaria.
Avancé. Gustosamente avancé, a fuerza de apertura y de muchas palabras, a fuerza de puntualidad y un esmero tan disfrutado (insisto con esta idea). No sin grande y paciente ayuda.
Conocí y reconocí. Gente buena, gente de gran valor y gente sencillamente hermosa.
Leí, leí y leí, en los libros me seguí encontrando verdaderamente conmigo.
Aprendí. ¡Tantas cosas aprendí!
Hablé, conversé, quizás poco, pero bien. (¿O habrá sido mucho pero mal? Me hago dudar. Aquí hay algo por hacer mejor).
Hay muchas cosas que quedan no dichas porque no es necesario precisarlas, mas sí saber que han sido y siguen siendo.
Ahora sí, hablar del amor, brevemente del amor que se eterniza momento a momento. De mi bicho, hablar y hablar de ella, por siempre hablar de ella, infinitamente de ella, de cada pequeño aspecto, de cada escorzo que se alarga en la distancia, en el tiempo y el espacio. Y agradecer el poder hablarla eternamente amándola, sabiéndola mía, mi amor, mi bicho.

Aquí terminaría, pero bien sé que usted querrá saberme lanzado en el tiempo, por eso he de complacerlo: le diré simplemente que el 2012 será mucho más reconocer, mucho más leer, mucho más aprender, mucho más conversar, mucho más amar y, sobre todo, mucho más intentar, fracasar, insistir.

En fin, señor, ha sido un año bueno y largo. Pero el que viene, para que valga la pena, deberá ser mejor.

y si te dejás arrastrar… (leyendo a lautreamont)

Y si te dejás arrastrar por la corriente desgarradora… Y si dejás que tus brazos colgantes se eleven y se hundan, casi como en sí mismos, casi como en (o simplemente como) la conciencia ora embravecida ora cansina ora pálida de orgulloso espanto, en las aguas marmóreas de la injusticia de los juicios humanos… Y sí dejás que tu boca se cierre con fiereza sobre tu lengua impetuosa, ahogando tus palabras en la melosa calidez de la sangre (sangre inmóvil, sangre sin alma) que dejás aglomerarse en la oscura concavidad que recuerda nostálgica los ecos de la voz, y de a poco manar por entre tus dientes cercenadores… Y si dejás abrirse el vientre para volver a cerrarse, avergonzado de sus vísceras similares al horror, como el caracol se está pesaroso por su parecido con la insolente babosa… Y si dejás que tu cabeza hienda el suelo a tus pies y a los pies de los hombres con la furia de la deshonra y del calor agobiante que se siente desde dentro y hacia dentro y pretende abrir el torso a la mitad y vomitar un alma impaciente agraviada… Y si dejás hincharse el cuello en una esfera turgente de carne y arena, arena que abisma las pasiones más vulgares y las altas verdades, las sombras del dolor y las costras de cada uno de los ardores vesicales, para partirse en los ocho gajos de una naranja no poco grotesca… Y si dejás que tus rodillas se aporreen una contra la otra en un salvaje temblequeo de gallina acogotada… Y si dejás que los dedos de tus pies se retuerzan con tal ardor que uno a uno se arranquen uno al otro hasta que sólo quede uno y deba enterrarse en el pavimento que sostiene tu miseria ante la vergüenza que destila del espectáculo que ofrece tu rostro vencido… Y si dejás que tu cuerpo todo tiemble de deseo mientras lo sometés bajo la idea granítica, aplastando cada miembro gangrenado por la imposibilidad, masacrando cada órgano y sus pústulas de indecisión, soterrando cada aliento de vida hediendo a los horrores más bajos de la postración y la frustración… Y si te dejás arrastrar por la corriente desgarradora de la prohibición… Mejor arrancarte la vida que usurpa esos músculos que no viven ya.

la noche de las bestias

Decime qué te debo, pibe. No quiero quedarte debiendo nada hoy. Hoy hace una noche de mierda, ¿sabés? Hoy, yo que vos, me iría derecho a casa.

Pero sí que va a haber quilombo. ¿Es que te tengo que deletrear todo, pibe? No, no, yo no me voy a ninguna casa, ya es tarde para echarme atrás. Sólo quiero dejar todo claro acá. Estas cosas… que van a explotar, van a explotar, pero nunca se sabe bien cuándo.

Pero yo te digo que es hoy. Esta noche se arma. ¿Sabés qué?, dame uno más. Para el camino, viste. Hay que estar preparado para todo. Serví, serví sin miedo. Echale, echale, compadre.

Me decís una cosa, ¿vos fuiste a la escuela, no? Ah, está bien eso. Está bien. Por ahí y vos zafás. Quién te dice. No sé qué carajos hacés laburando acá, de cualquier manera. Yo que vos, te digo, me rajo ya mismo. A casa derecho, y no vuelvo más.

No, no, pero qué voy a saber yo de ser vos, o como vos, o de tu raza. Yo, de eso, nada. Ni la más puta. A mí no me podés sacar la calle, la noche, este tugurio, esta caña. Yo soy esto. De esto estoy hecho. Dame otra, che.

Hay que estar atento. En cualquier momento se nos vienen para acá; flor de quilombo se va a armar. Quién sabe si no vienen a parar justo a esta taberna. Nunca se sabe cuál van a elegir. Yo no creo que elijan. Yo creo que encuentran y arrasan, como jabalíes  o langostas. Yo creo que cualquier criterio está en contra de su naturaleza. Pero no soy el más indicado para opinar.

Sé que todos piensan lo mismo de nosotros. Más de uno acá, acá mismo, nos entregaría a todos sólo por asegurarse el culo, o tal vez por menos. Por eso no me ves hablando con ellos. Y sí con vos, pibe. Vos sos distinto, sos joven, no tenés idea de nada pero tenés cabeza, y eso cuenta.

Terminá la escuela, yo sé lo que te digo. Si hubiera alguien con cabeza en cualquiera de los dos bandos todo esto se resolvería de alguna forma, pero así, como están las cosas, todo va a seguir, los giles van a seguir dándose las cabezas contra las cabezas de los giles.

No hay otra forma para ellos. Nadie se da cuenta de nada. Yo no cuento, yo soy un viejo que ya casi sobra. A mí apenas me dejan participar, porque no van a admitir que les soy útil, que me necesitan. No, no. Ellos me están haciendo un favor, eso dicen. Son todos idiotas.

Estoy con ellos por las ideas, pero para ellos mismos las ideas no están ya en primer plano. Es más, las ideas quedaron en primera línea y han sido las primeras en caer. Es de una tristeza opresora.

A veces me pongo a pensar en eso. En cuantas son las cosas que nos aprietan el pecho y no nos dejan respirar, o nos estrangulan la garganta sin dejar que digamos lo que queremos decir. Cuántas cosas ahora mismo me retienen en el aire ante cada palabra indebida… Y no todas son esta represión de la que hablan ellos, no todas son culpa de esos monstruos, esos hijos de puta.

Ellos están, y nada va a evitar que sigan siendo así de monstruosos y así de hijos de puta, pero estos de acá, estos que son los míos, tampoco me dejan decir lo que quiero. A veces pienso que todo corazón es por lejos más complicado que cualquier revolución. Pero eso queda  para mí, y para vos, pibe, que sé que no vas a decir nada. Servime, dale.

Sé que vamos a ganar, ¿sabés? Conozco mucho a la gente, y a nadie le gusta que se metan con sus gustitos. A nadie le gusta que lo mandonéen . Nadie quiere obedecer. Y estos pendejos no saben mandar como aquellos mierdas. Estos pendejos saben amenazar y cumplir amenazas. Algunos de estos son políticos, y saben convencer, pero ninguno sabe mandar como se manda cuando se quiere ser obedecido a ciegas. Eso lo tienen en falta, gracias al cielo.

O por suerte.

Pero el quilombo que se viene esta noche no te lo cuento. No te lo cuenta nadie, ni te lo va a contar nadie. Y, yo que vos, preferiría no enterarme nunca. Andate, te digo, por tu bien.

Yo me tengo que quedar, ya estoy comprometido con este error.

¿Que qué? Mirá, confrontar es siempre oponerse con la fuerza, y la fuerza puede engendrar cosas buenas o útiles pero nunca justas. Meterse en algo así buscando justicia es un error. Fue mi error.

No, no me jode. Mirá, lo que vamos a empezar esta noche va a durar un tiempo, y va a terminar con esta situación haciéndola pasar antes por momentos de terror que no te cuento. El resultado va a ser una situación de mayor justicia, eso es lo que importa, pero ni el camino ni muchos de los motivos van a tener un carajo que ver con la justicia. Eso, pibe, eso es lo que asusta. Ahora dale, servime una última vez y rajá para tu casa, que ya escucho el murmullo de unas bestias que se acercan. Sólo Dios sabe las ropas de qué bando irán a vestir.

en el reino del color…


-Texto inspirado en la ilustración de Sara Lew (http://microrelatosilustrados.blogspot.com/)-
[Esta es la versión «larga»; en el blog de Sara se encuentra la versión recortada, que en verdad es casi igual]

Un día cayó un libro en el Reino del color. Pese a que lo hizo en un lugar apartado, casi perdido, fue descubierto por los Habitantes del Color. Pero ninguno quiso acercarse a ese objeto seco, triste y oscuro, que contrastaba tan vivamente (o más bien lo contrario) con los paisajes y las gentes del Reino. El libro, con el tiempo, inspiró innúmeras leyendas, y se convirtió en objeto del temor de los habitantes del reino. Fue por eso que el joven Rey del Color eligió, sin saberlo, un fin esencialmente literario para el libro: ordenó construir a su alrededor un vasto laberinto.

Largos años permaneció el libro, cada vez más triste, enterrada su portada en las tierras multicolores, rodeado de un bosque infranqueable de rojos, violetas y naranjas. Largos años que llevaron al Rey a tener una Reina y un hijo, y a Ylber, el hijo, a tener edad suficiente para salir solo, y a hurtadillas, del Palacio Azul, y pasearse por las calles y desviarse hasta los campos del reino. Así fue que el joven príncipe llegó una tarde, sin buscarlo, al amplio laberinto que se alzaba muy lejos del castillo y de la ciudad.

Ylber, como buen príncipe rebelde que era, se adentró con decisión en la construcción. Tras andar algunas horas dio con el centro, mas no hubiera sabido decir cómo fue que lo hizo. Sabía que estaba completamente perdido pero la visión del legendario objeto fue más fuerte que su desasosiego. Pese a algunas dudas de último momento, tomó entre sus manos el oscuro tomo. Vio que en su tapa resplandecía modestamente la palabra “Alicia”. Finalmente, tras tan larga espera (tan larga que fue larga para un libro), el libro fue abierto por el joven Ylber. Él leyó lo primero que encontró al abrir las páginas, no comprendía nada pero misteriosamente esas letras lo atrapaban, las palabras, una a una, se iluminaban, y el libro, pese a que exteriormente no lo demostraba, fue adquiriendo infinidad de tonos y fulgores desconocidos para el Príncipe del Color. Pronto entendió cómo debía leerse la historia, y su viaje con Alicia fue doble. Leyó y leyó, abstraído del mundo y sus colores, de las horas que pasaban, de las cálidas paredes que lo rodeaban. Cuando terminó de leer, con el corazón henchido de gozo, descubrió sobre su espalda unas hermosas alas y voló de regreso hasta el Palacio Azul, con el resplandeciente libro bajo el brazo.

ensayo nimio sobre los medios

Del medio hacia delante

 

¿Cómo conocemos el mundo? Pregunta trillada, ¿no? Se podría decir que Descartes ya lo pensó lo suficiente, tipo de idea que acude con frecuencia frente a una enorme cantidad de temas tan conflictivos como inagotables ante la mente humana, sea esta laboriosa o más bien remolona. ¿Qué vemos cuando vemos? Podemos hablar de la mediación imperfecta de los sentidos, de la falibilidad de nuestra razón, de la subjetividad que imponemos a cada evento, e infinitos irrefrenables etcéteras. Podemos hablar de todo eso, sí, al hablar de la propia percepción de la realidad (suponiendo previamente, claro, que esa realidad existe); pero, ¿cómo llega esa realidad hasta nosotros? ¿qué caminos recorre esa realidad hasta presentarse ante nuestros bastos sentidos? Está claro que hemos pasado a hablar de una realidad en segunda acepción (verdad), y que no hacemos referencia a la realidad del par de zapatos bajo la cama, o de las llamas en el hogar de Cartesius, hablamos de una realidad social, general, de todo eso que sabemos, o pensamos que sabemos, que está pasando afuera, sea en nuestra localidad, en la provincia vecina, o en cualquier punto del resto del mundo, pero que no podemos percibir directamente con nuestros sentidos. Hablamos de ese conocimiento que en ningún momento dejamos de libar de una infinita cantidad de fuentes infinitas. Piénsese que estamos hablando de casi todo lo que ocurre en el mundo y lo afecta, y nos afecta a nosotros; y que lo que nos pasa a cada uno de los que en este momento pensamos en lo que nos pasa representa una parte apenas existente dentro de esa totalidad. Entonces, ¿cómo conocemos todo eso que no podemos presenciar? “A través de los medios”. Gracias.

Y ahora retomamos las preguntas con las que empezamos, e incluso, en parte, los conceptos planteados anteriormente, a saber: “mediación: falibilidad y subjetividad”. Conocemos “el mundo” (es más: sabemos que hay un mundo) gracias a los medios; pero ¿qué le ocurre a ese mundo para poder apretujarse dentro de una pantalla de televisor, o asomarse entre las páginas de un diario? Indudablemente no es “el mundo”, si no una porción de él, una selección de la realidad, lo que escurre de los parlantes de la radio o salta desde una página de internet. De la misma forma en que puede decirse que lo que vemos u oímos con nuestros propios sistemas de percepción es también una selección dictada por las posibilidades de los mismos (no oímos ciertas frecuencias altas, no vemos los rayos infrarrojos, etc.). Selección ésta en la que también influye la subjetividad de nuestra voluntad, ya sea conciente o inconciente. Y bien, pero en el caso de los medios ¿cómo se realiza esa selección? Los medios funcionan igualmente signados por esas dos características. Nadie podría abarcar todo lo que sucede, ni aún estando interesado en dicha labor, ni hacerlo desde todos los ángulos posibles. Y nadie puede comunicar nada dejando de lado lo que él mismo es, no existe quien se quite las ideas como un sombrero, ni pueda guardar sus estudios en el armario, junto a sus inagotables ignorancias, sobre su fe y sus valores, etcétera.

Estas refutaciones parecen obvias, pero es necesario que se hagan para tratar debidamente el término “objetividad”.

¡Oh! ¡La Objetividad! ¡El primer pendón alzado por los justos! Una rosa de humo, podría decirse. Triste y pobre y trillada metáfora, pero vale. La objetividad es una utopía, una entelequia, una quimera (todas palabras bonitas que sirven para denominar lo que sería tan, tan lindo si realmente fuera), llanamente: es imposible. La objetividad se plantea como un concepto siempre deseado al hablar de comunicación, y se lo sitúa como un ideal. Esto es un error, y uno muy grande: cuando el ideal es inasequible, la práctica toda pierde sentido y se estanca en la mediocridad (entendida como lo que realmente es: la mitad del camino hacia la cima, ese ideal).

En un gran paréntesis y casi como dato anecdótico, se puede mencionar que la idea de objetividad ha intentado inmiscuirse también en otras áreas de la labor humana, como ocurrió en la literatura (la Escuela de la Mirada: con Robbe-Grillet a la cabeza), donde, por suerte, encontró menos adeptos y causó menores inconvenientes.

De esta forma, concluimos que es necesario eliminar el uso de este concepto al hablar de cualquier relación del hombre con su entorno: ¡Porque lo objetivo intenta excluir al hombre, y tanto percepción como expresión no pueden prescindir de él!

Entonces: los medios, justa y redundantemente, median entre nosotros y la realidad, presentándonos apenas una fracción de la misma. Lo que determina los límites de ese fragmento es la subjetividad, inalienable de toda actividad humana, que a su vez engloba un punto de vista físico-práctico, y uno abstracto-teórico, del cual hablaremos a continuación.

 

Del medio hacia atrás

 

Dijimos ya que no es posible para el hombre encarar ninguna actividad sin acarrear consigo su corpus intelectual (entendamos, por favor, amparados en la Academia Española, “lo intelectual” como “lo incorpóreo”, no únicamente como lo que es propio del entendimiento), el cual influirá indefectiblemente en cualquier obra que emprenda. Bien, entonces preguntamos, con franqueza e ingenuidad, ¿cómo se compone el bagaje intelectual de los medios de comunicación? Y encontramos que la respuesta se divide en muchas partes nada pequeñas e imposibles de desmerecer. Veamos:

Empecemos con los que pueden considerarse como menos perniciosos: los relacionados con las áreas del conocimiento y los gustos. Estos conciernen principalmente al periodista que tiene entre sus manos una noticia, o la decisión de volcarse hacia la cobertura de un hecho u otro. Estas inclinaciones van a definir lo que se diga y cómo se lo diga, siempre formando opinión e instalando temas de agenda, y delimitando la oferta periodística, quizás enalteciendo un elemento, desmereciendo otro y desestimando completamente al resto, pero en la mayoría de los casos su obrar suele ser menos dañino y, sobre todo, más franco que el de otras de las facciones intelectuales de la comunicación masiva.

Los factores económicos son, quizás, los más difíciles de encasillar dentro de este grupo. Su carácter no está alejado de lo material, para nada, pero lo que analizamos es su influencia, que es, sin duda alguna, un fenómeno abstracto. Los medios se mueven según intereses económicos, ¡vaya novedad! Es sabido que el primer espacio en disponerse al armar un periódico es el publicitario; lo que indirectamente, o no tanto, nos dice que lo más importante para el medio es el ingreso financiero. Preguntar si esta realidad afecta a la información sería el colmo de la candidez. Todo medio se ve limitado por sus relaciones económicas con tal o cual empresa, sobre la que muchas veces no se pueden decir ciertas verdades, por ejemplo.

La inclinación ideológica del medio, y de su público, al que debe ser fiel, es un factor que altera en muchos casos la comunicación hasta convertirla en mera confirmación del pensamiento del receptor. En estos casos el medio se vuelve un espejo de las ideas de su público y descuida su función informativa y formativa. Pero el mencionado es sólo un caso de los posibles. Debemos decir que lo ideológico puede dividirse en dos categorías: política y religión. Ambas son similares en la forma en que coaccionan la información, y se diferencian en los fines. Las dos comparten su basamento en una escala de valores y en una moral específica, a la que la política le suma ideas propias de las ciencias a las que hace referencia. También comparten su ligazón a ciertas tradiciones, que el público específico de cada medio espera respetadas. Otro dato a agregar es que pueden influir las tendencias ideológicas de los periodistas a pesar del medio, pero en muy pocos casos y principalmente al tratarse de religión.

Otro agente importante a la hora de ver por qué los medios dicen o dejan de decir algo, son las amistades, o relaciones, el llamado “amiguismo”. Es también propio de los medios y funciona de forma parecida a como lo hacen los factores económicos.

Dentro de esta categorización falta mencionar muchos de los aspectos que condicionan a la información, pero la idea es dar un vistazo general, no aturdir a nadie con posibilidades inacabables, como podríamos encontrar al tratar estos temas.

 

Del receptor, ¿hacia dónde?

 

Entonces, todos los factores citados anteriormente, sumándose aquellos que quedaron sin abordar, está pesando sobre las espaldas de los medios cada vez que nos acercamos a ellos para nutrirnos de información, y también cada vez que esa información nos llega sin ninguna búsqueda de nuestra parte (agregándose, en estos casos, la subjetividad y la falibilidad propias de quien nos trae la noticia), y todos esos elementos penden también de la noticia que muchas veces consumimos ingenuamente. Lo útil de tener en claro esta situación, es que podemos plantear algunas alternativas para lograr que la comunicación masiva sea más franca, o al menos estar preparados para que no nos vendan cualquier manzana podrida.

En cuanto a los medios las ideas serían dos: reemplazar el término “objetividad” por el de “rigurosidad”, e intentar plantear una “comunicación sincera”. La primera idea apunta a subsanar las falencias físico-prácticas del periodismo, y a exigir a los periodistas que, si bien no pueden comunicar todo lo que pasa en el mundo, ni abarcarlo desde todos los puntos de vista existentes (ni hacerlo cual tabula rasa), que procuren comunicar con rigurosidad, asegurándose de que lo que dicen es “cierto”, comprobable, al menos, y no está sujeto a más subjetividades que las inevitables según el caso. La segunda propuesta parece más compleja de ser llevada a cabo, ya que constituiría toda una revolución para el periodismo. Se trata de la idea de que todo medio de comunicación exprese previamente su postura, dejándola en claro ante el público para que este sepa en todo caso por qué le llega esa fotografía de la realidad y no otra.

Y queda preguntarnos: ¿qué puede hacer el receptor para no quedar atrapado por los designios arbitrarios de los medios de comunicación? La respuesta a esta pregunta es muy simple, aunque pueda sonar paradójica: consumir una enorme cantidad de medios. Es así, debemos tratar de contactarnos con la mayor cantidad posible de versiones parciales para visualizar la mayor parte posible de la totalidad y así formar una idea propia sobre ella. Debemos aprehender todas las limitaciones que nos sea dado conocer en pos de poder alcanzar la liberación. En fin que todo producto humano (y esto es una hipótesis para tratar aparte), toda actividad artística, sobre todo, pero también toda búsqueda de conocimiento, es una limitación en sí, un callejón sin salida, una jaula contra cuyos barrotes debemos hacer restallar nuestras cabezas, un compartimiento estanco más de un vastísimo campo de ellos, los cuales debemos explorar para lograr forjarnos una idea más global de la realidad en que habitamos.

 

ayer

Debo empezar algo nuevo, limpio, cada día. Y lo antiguo, lo muerto y vencido, debe desaparecer. Así se van cientos y cientos de vidas a la hoguera o a la nada, quedando pendientes de una hebra eterna de falsa indecisión: cobarde sentencia. Demonio el día, se yergue en veinticuatro malignas, no una más. Y el Demonio tendido en la hoja, contando minuto tras minuto acariciando las espaldas de sus malvadas, un pétalo de rosa rasga con delicadeza y trastabilla la pluma que imita, ruda, el dócil ir sobre dorsos esbeltos idénticos. De la pluma surgen, azarosos, quedos símbolos de amor y de desilusión, de insomnio y de placer, ya lejano. En algún momento (que puede variar, que puede darnos un pequeño soplo de libertad, que puede querer decirnos que como la mano porta la pluma puede también ser guía de la dulzura del pétalo carmín. Sabemos que no será, y sin embargo ese instante y su variación nos encanta brevemente, invariablemente), sentiré que el final me permite alcanzarlo, que el tender las manos hacia el frente con ese manojo de fuerzas que aún quedan podrá acercarme a la magnífica concreción. Alguna vez, en los días que tenían sus noches para ensoñarlas, supe concluir: ver la pluma llegar a un final, y atisbar aún algunas malevolencias por delante, esperando tan sedientas como frustradas; las llamaría humilladas, pero sé que sería exagerar. Grandes fueron esas obras logradas (hoy perdidas en la vorágine perpetua en que se ha convertido el recuerdo), como grande promete ser cada una que comienza a dejarse caer sobre la hoja, siguiendo el rastro de la pluma fugitiva. Pero ya nada se completa. Las malignas parecen a cada momento más ávidas, mientras la pluma ralentiza su paso y afianza su torpeza.

Hoy arrojé al fuego un bello intento; dos de ellas atrás y aún faltaba un poco. Ahora no falta ya nada y sé que me consumirá nuevamente, mis ojos se cerrarán un instante y al volver al mundo las letras de ayer, de hoy, serán exangües máculas sobre la memoria, hediondos desechos de mi incapacidad. Así, todo se quemará y yo volveré a empezar, día tras día, Demonio tras Demonio, símbolo tras símbolo cantándole al insomnio y al ayer en que siempre me convierto.