cuestión de balance

Dígame, señor, si no lo importuno, ¿qué ha significado este año 2011 para usted?
Importunarme me importuno solo, no tenga cuidado; o mejor, no lo demuestre, téngalo cuanto quiera pero no me lo enrostre, no espere agradecimientos o felicitaciones por un poco de consideración, un poco dejar de mirarse la nariz.
Le voy a hablar, ya que usted me lo pide, de este 2011 que se me escapa ahora, en estos últimos días, ágil de las manos, como la cola restallante de una  serpiente que se arrastra lenta bajo el sol. El año pasó como el cuerpo de la sierpe, pausado, casi disfrutando casi concupiscentemente de su rastrero movimiento bamboleante. La de la serpiente es una imagen agresiva, que evoca daño, dolor, miedo, que evoca pecado, y lo hace más acerbamente al encontrarse con la palabra concupiscencia, parece que intento trasladarlo a usted a la idea de un año acre y dolido, mas asperjado de placeres ilícitos, culposos, un año que arde en mi memoria como una pala metálica dejada al vasto sol del desierto por el que se desplaza hábilmente mi reptil. Pero esa imagen es un engaño, la serpiente hoy es lo que es por su forma de moverse, por su fisonomía, por sus extremos ágiles, más que por su idealidad mitopoyética. La serpiente es mi 2011 largo y lento, pero agilísimo.
Aún hago rodeos, cual hábil reptil que acecha a su presa; pero ya no lo haré más, le hablaré llanamente, fenomenológicamente (dentro de lo posible), de este año:

Amé, principalmente amé, pero lo dejaré para el final, como suelo hacer con todo lo que destaca como más bello, o más bueno, o más gustoso.
Intenté. Y desistí. E insistí y lo seguiré haciendo. En intentar caí estrepitosamente de mis pretensiones, debí arrastrarme largos meses tras esa caída. Pero hoy respiro tranquilo, me pongo de pie y miro al frente, hacia ese abismo blanco que me convoca. Desistí con poca amargura de hacer algo bello por partes pero inconveniente al fin, largo y no del todo necesario. Insistiré con ambas cosas, a pesar de todo, de una u otra forma, e insistiré con tantas otras, con cuanta se me presente necesaria.
Avancé. Gustosamente avancé, a fuerza de apertura y de muchas palabras, a fuerza de puntualidad y un esmero tan disfrutado (insisto con esta idea). No sin grande y paciente ayuda.
Conocí y reconocí. Gente buena, gente de gran valor y gente sencillamente hermosa.
Leí, leí y leí, en los libros me seguí encontrando verdaderamente conmigo.
Aprendí. ¡Tantas cosas aprendí!
Hablé, conversé, quizás poco, pero bien. (¿O habrá sido mucho pero mal? Me hago dudar. Aquí hay algo por hacer mejor).
Hay muchas cosas que quedan no dichas porque no es necesario precisarlas, mas sí saber que han sido y siguen siendo.
Ahora sí, hablar del amor, brevemente del amor que se eterniza momento a momento. De mi bicho, hablar y hablar de ella, por siempre hablar de ella, infinitamente de ella, de cada pequeño aspecto, de cada escorzo que se alarga en la distancia, en el tiempo y el espacio. Y agradecer el poder hablarla eternamente amándola, sabiéndola mía, mi amor, mi bicho.

Aquí terminaría, pero bien sé que usted querrá saberme lanzado en el tiempo, por eso he de complacerlo: le diré simplemente que el 2012 será mucho más reconocer, mucho más leer, mucho más aprender, mucho más conversar, mucho más amar y, sobre todo, mucho más intentar, fracasar, insistir.

En fin, señor, ha sido un año bueno y largo. Pero el que viene, para que valga la pena, deberá ser mejor.

una cosa a definir(se)

Si la creación de alguna cosa es la propia muerte de la cosa, y mi nacimiento trajo consigo mi defunción, la única pregunta justa es ¿esa muerte implícita, es meramente un fin en detalle grabado a las plantas de mis pies que apenas se arrastran, o es una finalidad descrita, escrita y desleída en cada paso, en cada movimiento, en cada arrastrarme? ¿Es esta muerte la muerte inmanente que se me escapa de la boca entre estertores y carcajadas, o la muerte consabida final y paralizante que se me pierde y me gana a un tiempo a cada suspiro nostálgico? Nadie me responderá. Deberé esperar al final, a ese final que de cualquier manera llevo trazado en el paladar y en la nuca, a ese final que me espera pacientemente preguntándose casi sin curiosidad ¿cómo habrá de elegirme?

y si te dejás arrastrar… (leyendo a lautreamont)

Y si te dejás arrastrar por la corriente desgarradora… Y si dejás que tus brazos colgantes se eleven y se hundan, casi como en sí mismos, casi como en (o simplemente como) la conciencia ora embravecida ora cansina ora pálida de orgulloso espanto, en las aguas marmóreas de la injusticia de los juicios humanos… Y sí dejás que tu boca se cierre con fiereza sobre tu lengua impetuosa, ahogando tus palabras en la melosa calidez de la sangre (sangre inmóvil, sangre sin alma) que dejás aglomerarse en la oscura concavidad que recuerda nostálgica los ecos de la voz, y de a poco manar por entre tus dientes cercenadores… Y si dejás abrirse el vientre para volver a cerrarse, avergonzado de sus vísceras similares al horror, como el caracol se está pesaroso por su parecido con la insolente babosa… Y si dejás que tu cabeza hienda el suelo a tus pies y a los pies de los hombres con la furia de la deshonra y del calor agobiante que se siente desde dentro y hacia dentro y pretende abrir el torso a la mitad y vomitar un alma impaciente agraviada… Y si dejás hincharse el cuello en una esfera turgente de carne y arena, arena que abisma las pasiones más vulgares y las altas verdades, las sombras del dolor y las costras de cada uno de los ardores vesicales, para partirse en los ocho gajos de una naranja no poco grotesca… Y si dejás que tus rodillas se aporreen una contra la otra en un salvaje temblequeo de gallina acogotada… Y si dejás que los dedos de tus pies se retuerzan con tal ardor que uno a uno se arranquen uno al otro hasta que sólo quede uno y deba enterrarse en el pavimento que sostiene tu miseria ante la vergüenza que destila del espectáculo que ofrece tu rostro vencido… Y si dejás que tu cuerpo todo tiemble de deseo mientras lo sometés bajo la idea granítica, aplastando cada miembro gangrenado por la imposibilidad, masacrando cada órgano y sus pústulas de indecisión, soterrando cada aliento de vida hediendo a los horrores más bajos de la postración y la frustración… Y si te dejás arrastrar por la corriente desgarradora de la prohibición… Mejor arrancarte la vida que usurpa esos músculos que no viven ya.

…del padre, del hijo, del espíritu…

Un fogonazo, luz adhiriéndose con fugaz pasión, la imagen plasmada en forma autónoma, singularmente única y real, prodigiosa y fatal. Las tres figuras, los tres conceptos se conjugan en la fotografía iridiscente, el ser que da vida y la moldea, el otro ser, que es resultado de la manufactura de los errores que siempre pueden más, y, finalmente, el verdadero producto bifásico de la unión, ese fantasma de caras tan diversas, que no se sabrán jamás partes del mismo ente espectral…

En fin, la paternidad es un juego peligroso. A no joder.

la noche de las bestias

Decime qué te debo, pibe. No quiero quedarte debiendo nada hoy. Hoy hace una noche de mierda, ¿sabés? Hoy, yo que vos, me iría derecho a casa.

Pero sí que va a haber quilombo. ¿Es que te tengo que deletrear todo, pibe? No, no, yo no me voy a ninguna casa, ya es tarde para echarme atrás. Sólo quiero dejar todo claro acá. Estas cosas… que van a explotar, van a explotar, pero nunca se sabe bien cuándo.

Pero yo te digo que es hoy. Esta noche se arma. ¿Sabés qué?, dame uno más. Para el camino, viste. Hay que estar preparado para todo. Serví, serví sin miedo. Echale, echale, compadre.

Me decís una cosa, ¿vos fuiste a la escuela, no? Ah, está bien eso. Está bien. Por ahí y vos zafás. Quién te dice. No sé qué carajos hacés laburando acá, de cualquier manera. Yo que vos, te digo, me rajo ya mismo. A casa derecho, y no vuelvo más.

No, no, pero qué voy a saber yo de ser vos, o como vos, o de tu raza. Yo, de eso, nada. Ni la más puta. A mí no me podés sacar la calle, la noche, este tugurio, esta caña. Yo soy esto. De esto estoy hecho. Dame otra, che.

Hay que estar atento. En cualquier momento se nos vienen para acá; flor de quilombo se va a armar. Quién sabe si no vienen a parar justo a esta taberna. Nunca se sabe cuál van a elegir. Yo no creo que elijan. Yo creo que encuentran y arrasan, como jabalíes  o langostas. Yo creo que cualquier criterio está en contra de su naturaleza. Pero no soy el más indicado para opinar.

Sé que todos piensan lo mismo de nosotros. Más de uno acá, acá mismo, nos entregaría a todos sólo por asegurarse el culo, o tal vez por menos. Por eso no me ves hablando con ellos. Y sí con vos, pibe. Vos sos distinto, sos joven, no tenés idea de nada pero tenés cabeza, y eso cuenta.

Terminá la escuela, yo sé lo que te digo. Si hubiera alguien con cabeza en cualquiera de los dos bandos todo esto se resolvería de alguna forma, pero así, como están las cosas, todo va a seguir, los giles van a seguir dándose las cabezas contra las cabezas de los giles.

No hay otra forma para ellos. Nadie se da cuenta de nada. Yo no cuento, yo soy un viejo que ya casi sobra. A mí apenas me dejan participar, porque no van a admitir que les soy útil, que me necesitan. No, no. Ellos me están haciendo un favor, eso dicen. Son todos idiotas.

Estoy con ellos por las ideas, pero para ellos mismos las ideas no están ya en primer plano. Es más, las ideas quedaron en primera línea y han sido las primeras en caer. Es de una tristeza opresora.

A veces me pongo a pensar en eso. En cuantas son las cosas que nos aprietan el pecho y no nos dejan respirar, o nos estrangulan la garganta sin dejar que digamos lo que queremos decir. Cuántas cosas ahora mismo me retienen en el aire ante cada palabra indebida… Y no todas son esta represión de la que hablan ellos, no todas son culpa de esos monstruos, esos hijos de puta.

Ellos están, y nada va a evitar que sigan siendo así de monstruosos y así de hijos de puta, pero estos de acá, estos que son los míos, tampoco me dejan decir lo que quiero. A veces pienso que todo corazón es por lejos más complicado que cualquier revolución. Pero eso queda  para mí, y para vos, pibe, que sé que no vas a decir nada. Servime, dale.

Sé que vamos a ganar, ¿sabés? Conozco mucho a la gente, y a nadie le gusta que se metan con sus gustitos. A nadie le gusta que lo mandonéen . Nadie quiere obedecer. Y estos pendejos no saben mandar como aquellos mierdas. Estos pendejos saben amenazar y cumplir amenazas. Algunos de estos son políticos, y saben convencer, pero ninguno sabe mandar como se manda cuando se quiere ser obedecido a ciegas. Eso lo tienen en falta, gracias al cielo.

O por suerte.

Pero el quilombo que se viene esta noche no te lo cuento. No te lo cuenta nadie, ni te lo va a contar nadie. Y, yo que vos, preferiría no enterarme nunca. Andate, te digo, por tu bien.

Yo me tengo que quedar, ya estoy comprometido con este error.

¿Que qué? Mirá, confrontar es siempre oponerse con la fuerza, y la fuerza puede engendrar cosas buenas o útiles pero nunca justas. Meterse en algo así buscando justicia es un error. Fue mi error.

No, no me jode. Mirá, lo que vamos a empezar esta noche va a durar un tiempo, y va a terminar con esta situación haciéndola pasar antes por momentos de terror que no te cuento. El resultado va a ser una situación de mayor justicia, eso es lo que importa, pero ni el camino ni muchos de los motivos van a tener un carajo que ver con la justicia. Eso, pibe, eso es lo que asusta. Ahora dale, servime una última vez y rajá para tu casa, que ya escucho el murmullo de unas bestias que se acercan. Sólo Dios sabe las ropas de qué bando irán a vestir.

en el reino del color…


-Texto inspirado en la ilustración de Sara Lew (http://microrelatosilustrados.blogspot.com/)-
[Esta es la versión «larga»; en el blog de Sara se encuentra la versión recortada, que en verdad es casi igual]

Un día cayó un libro en el Reino del color. Pese a que lo hizo en un lugar apartado, casi perdido, fue descubierto por los Habitantes del Color. Pero ninguno quiso acercarse a ese objeto seco, triste y oscuro, que contrastaba tan vivamente (o más bien lo contrario) con los paisajes y las gentes del Reino. El libro, con el tiempo, inspiró innúmeras leyendas, y se convirtió en objeto del temor de los habitantes del reino. Fue por eso que el joven Rey del Color eligió, sin saberlo, un fin esencialmente literario para el libro: ordenó construir a su alrededor un vasto laberinto.

Largos años permaneció el libro, cada vez más triste, enterrada su portada en las tierras multicolores, rodeado de un bosque infranqueable de rojos, violetas y naranjas. Largos años que llevaron al Rey a tener una Reina y un hijo, y a Ylber, el hijo, a tener edad suficiente para salir solo, y a hurtadillas, del Palacio Azul, y pasearse por las calles y desviarse hasta los campos del reino. Así fue que el joven príncipe llegó una tarde, sin buscarlo, al amplio laberinto que se alzaba muy lejos del castillo y de la ciudad.

Ylber, como buen príncipe rebelde que era, se adentró con decisión en la construcción. Tras andar algunas horas dio con el centro, mas no hubiera sabido decir cómo fue que lo hizo. Sabía que estaba completamente perdido pero la visión del legendario objeto fue más fuerte que su desasosiego. Pese a algunas dudas de último momento, tomó entre sus manos el oscuro tomo. Vio que en su tapa resplandecía modestamente la palabra “Alicia”. Finalmente, tras tan larga espera (tan larga que fue larga para un libro), el libro fue abierto por el joven Ylber. Él leyó lo primero que encontró al abrir las páginas, no comprendía nada pero misteriosamente esas letras lo atrapaban, las palabras, una a una, se iluminaban, y el libro, pese a que exteriormente no lo demostraba, fue adquiriendo infinidad de tonos y fulgores desconocidos para el Príncipe del Color. Pronto entendió cómo debía leerse la historia, y su viaje con Alicia fue doble. Leyó y leyó, abstraído del mundo y sus colores, de las horas que pasaban, de las cálidas paredes que lo rodeaban. Cuando terminó de leer, con el corazón henchido de gozo, descubrió sobre su espalda unas hermosas alas y voló de regreso hasta el Palacio Azul, con el resplandeciente libro bajo el brazo.