ensayo nimio sobre los medios

Del medio hacia delante

 

¿Cómo conocemos el mundo? Pregunta trillada, ¿no? Se podría decir que Descartes ya lo pensó lo suficiente, tipo de idea que acude con frecuencia frente a una enorme cantidad de temas tan conflictivos como inagotables ante la mente humana, sea esta laboriosa o más bien remolona. ¿Qué vemos cuando vemos? Podemos hablar de la mediación imperfecta de los sentidos, de la falibilidad de nuestra razón, de la subjetividad que imponemos a cada evento, e infinitos irrefrenables etcéteras. Podemos hablar de todo eso, sí, al hablar de la propia percepción de la realidad (suponiendo previamente, claro, que esa realidad existe); pero, ¿cómo llega esa realidad hasta nosotros? ¿qué caminos recorre esa realidad hasta presentarse ante nuestros bastos sentidos? Está claro que hemos pasado a hablar de una realidad en segunda acepción (verdad), y que no hacemos referencia a la realidad del par de zapatos bajo la cama, o de las llamas en el hogar de Cartesius, hablamos de una realidad social, general, de todo eso que sabemos, o pensamos que sabemos, que está pasando afuera, sea en nuestra localidad, en la provincia vecina, o en cualquier punto del resto del mundo, pero que no podemos percibir directamente con nuestros sentidos. Hablamos de ese conocimiento que en ningún momento dejamos de libar de una infinita cantidad de fuentes infinitas. Piénsese que estamos hablando de casi todo lo que ocurre en el mundo y lo afecta, y nos afecta a nosotros; y que lo que nos pasa a cada uno de los que en este momento pensamos en lo que nos pasa representa una parte apenas existente dentro de esa totalidad. Entonces, ¿cómo conocemos todo eso que no podemos presenciar? “A través de los medios”. Gracias.

Y ahora retomamos las preguntas con las que empezamos, e incluso, en parte, los conceptos planteados anteriormente, a saber: “mediación: falibilidad y subjetividad”. Conocemos “el mundo” (es más: sabemos que hay un mundo) gracias a los medios; pero ¿qué le ocurre a ese mundo para poder apretujarse dentro de una pantalla de televisor, o asomarse entre las páginas de un diario? Indudablemente no es “el mundo”, si no una porción de él, una selección de la realidad, lo que escurre de los parlantes de la radio o salta desde una página de internet. De la misma forma en que puede decirse que lo que vemos u oímos con nuestros propios sistemas de percepción es también una selección dictada por las posibilidades de los mismos (no oímos ciertas frecuencias altas, no vemos los rayos infrarrojos, etc.). Selección ésta en la que también influye la subjetividad de nuestra voluntad, ya sea conciente o inconciente. Y bien, pero en el caso de los medios ¿cómo se realiza esa selección? Los medios funcionan igualmente signados por esas dos características. Nadie podría abarcar todo lo que sucede, ni aún estando interesado en dicha labor, ni hacerlo desde todos los ángulos posibles. Y nadie puede comunicar nada dejando de lado lo que él mismo es, no existe quien se quite las ideas como un sombrero, ni pueda guardar sus estudios en el armario, junto a sus inagotables ignorancias, sobre su fe y sus valores, etcétera.

Estas refutaciones parecen obvias, pero es necesario que se hagan para tratar debidamente el término “objetividad”.

¡Oh! ¡La Objetividad! ¡El primer pendón alzado por los justos! Una rosa de humo, podría decirse. Triste y pobre y trillada metáfora, pero vale. La objetividad es una utopía, una entelequia, una quimera (todas palabras bonitas que sirven para denominar lo que sería tan, tan lindo si realmente fuera), llanamente: es imposible. La objetividad se plantea como un concepto siempre deseado al hablar de comunicación, y se lo sitúa como un ideal. Esto es un error, y uno muy grande: cuando el ideal es inasequible, la práctica toda pierde sentido y se estanca en la mediocridad (entendida como lo que realmente es: la mitad del camino hacia la cima, ese ideal).

En un gran paréntesis y casi como dato anecdótico, se puede mencionar que la idea de objetividad ha intentado inmiscuirse también en otras áreas de la labor humana, como ocurrió en la literatura (la Escuela de la Mirada: con Robbe-Grillet a la cabeza), donde, por suerte, encontró menos adeptos y causó menores inconvenientes.

De esta forma, concluimos que es necesario eliminar el uso de este concepto al hablar de cualquier relación del hombre con su entorno: ¡Porque lo objetivo intenta excluir al hombre, y tanto percepción como expresión no pueden prescindir de él!

Entonces: los medios, justa y redundantemente, median entre nosotros y la realidad, presentándonos apenas una fracción de la misma. Lo que determina los límites de ese fragmento es la subjetividad, inalienable de toda actividad humana, que a su vez engloba un punto de vista físico-práctico, y uno abstracto-teórico, del cual hablaremos a continuación.

 

Del medio hacia atrás

 

Dijimos ya que no es posible para el hombre encarar ninguna actividad sin acarrear consigo su corpus intelectual (entendamos, por favor, amparados en la Academia Española, “lo intelectual” como “lo incorpóreo”, no únicamente como lo que es propio del entendimiento), el cual influirá indefectiblemente en cualquier obra que emprenda. Bien, entonces preguntamos, con franqueza e ingenuidad, ¿cómo se compone el bagaje intelectual de los medios de comunicación? Y encontramos que la respuesta se divide en muchas partes nada pequeñas e imposibles de desmerecer. Veamos:

Empecemos con los que pueden considerarse como menos perniciosos: los relacionados con las áreas del conocimiento y los gustos. Estos conciernen principalmente al periodista que tiene entre sus manos una noticia, o la decisión de volcarse hacia la cobertura de un hecho u otro. Estas inclinaciones van a definir lo que se diga y cómo se lo diga, siempre formando opinión e instalando temas de agenda, y delimitando la oferta periodística, quizás enalteciendo un elemento, desmereciendo otro y desestimando completamente al resto, pero en la mayoría de los casos su obrar suele ser menos dañino y, sobre todo, más franco que el de otras de las facciones intelectuales de la comunicación masiva.

Los factores económicos son, quizás, los más difíciles de encasillar dentro de este grupo. Su carácter no está alejado de lo material, para nada, pero lo que analizamos es su influencia, que es, sin duda alguna, un fenómeno abstracto. Los medios se mueven según intereses económicos, ¡vaya novedad! Es sabido que el primer espacio en disponerse al armar un periódico es el publicitario; lo que indirectamente, o no tanto, nos dice que lo más importante para el medio es el ingreso financiero. Preguntar si esta realidad afecta a la información sería el colmo de la candidez. Todo medio se ve limitado por sus relaciones económicas con tal o cual empresa, sobre la que muchas veces no se pueden decir ciertas verdades, por ejemplo.

La inclinación ideológica del medio, y de su público, al que debe ser fiel, es un factor que altera en muchos casos la comunicación hasta convertirla en mera confirmación del pensamiento del receptor. En estos casos el medio se vuelve un espejo de las ideas de su público y descuida su función informativa y formativa. Pero el mencionado es sólo un caso de los posibles. Debemos decir que lo ideológico puede dividirse en dos categorías: política y religión. Ambas son similares en la forma en que coaccionan la información, y se diferencian en los fines. Las dos comparten su basamento en una escala de valores y en una moral específica, a la que la política le suma ideas propias de las ciencias a las que hace referencia. También comparten su ligazón a ciertas tradiciones, que el público específico de cada medio espera respetadas. Otro dato a agregar es que pueden influir las tendencias ideológicas de los periodistas a pesar del medio, pero en muy pocos casos y principalmente al tratarse de religión.

Otro agente importante a la hora de ver por qué los medios dicen o dejan de decir algo, son las amistades, o relaciones, el llamado “amiguismo”. Es también propio de los medios y funciona de forma parecida a como lo hacen los factores económicos.

Dentro de esta categorización falta mencionar muchos de los aspectos que condicionan a la información, pero la idea es dar un vistazo general, no aturdir a nadie con posibilidades inacabables, como podríamos encontrar al tratar estos temas.

 

Del receptor, ¿hacia dónde?

 

Entonces, todos los factores citados anteriormente, sumándose aquellos que quedaron sin abordar, está pesando sobre las espaldas de los medios cada vez que nos acercamos a ellos para nutrirnos de información, y también cada vez que esa información nos llega sin ninguna búsqueda de nuestra parte (agregándose, en estos casos, la subjetividad y la falibilidad propias de quien nos trae la noticia), y todos esos elementos penden también de la noticia que muchas veces consumimos ingenuamente. Lo útil de tener en claro esta situación, es que podemos plantear algunas alternativas para lograr que la comunicación masiva sea más franca, o al menos estar preparados para que no nos vendan cualquier manzana podrida.

En cuanto a los medios las ideas serían dos: reemplazar el término “objetividad” por el de “rigurosidad”, e intentar plantear una “comunicación sincera”. La primera idea apunta a subsanar las falencias físico-prácticas del periodismo, y a exigir a los periodistas que, si bien no pueden comunicar todo lo que pasa en el mundo, ni abarcarlo desde todos los puntos de vista existentes (ni hacerlo cual tabula rasa), que procuren comunicar con rigurosidad, asegurándose de que lo que dicen es “cierto”, comprobable, al menos, y no está sujeto a más subjetividades que las inevitables según el caso. La segunda propuesta parece más compleja de ser llevada a cabo, ya que constituiría toda una revolución para el periodismo. Se trata de la idea de que todo medio de comunicación exprese previamente su postura, dejándola en claro ante el público para que este sepa en todo caso por qué le llega esa fotografía de la realidad y no otra.

Y queda preguntarnos: ¿qué puede hacer el receptor para no quedar atrapado por los designios arbitrarios de los medios de comunicación? La respuesta a esta pregunta es muy simple, aunque pueda sonar paradójica: consumir una enorme cantidad de medios. Es así, debemos tratar de contactarnos con la mayor cantidad posible de versiones parciales para visualizar la mayor parte posible de la totalidad y así formar una idea propia sobre ella. Debemos aprehender todas las limitaciones que nos sea dado conocer en pos de poder alcanzar la liberación. En fin que todo producto humano (y esto es una hipótesis para tratar aparte), toda actividad artística, sobre todo, pero también toda búsqueda de conocimiento, es una limitación en sí, un callejón sin salida, una jaula contra cuyos barrotes debemos hacer restallar nuestras cabezas, un compartimiento estanco más de un vastísimo campo de ellos, los cuales debemos explorar para lograr forjarnos una idea más global de la realidad en que habitamos.